Nunca la última fotografía de un viaje fue tan importante. Era la mejor, no por su calidad cromática, encuadre o composición, no, simplemente porque en aquella instantánea estábamos todos. Por fin habíamos llegado a Chamonix. Carmelo, como durante todo el viaje, no paraba de hacer fotos a diestro y siniestro, sin control, como si la cámara de fotos fuera una prolongación mecánica de su cuerpo, era la primera vez que pisaba las calles de este bonito pueblo y todo le parecía interesante captarlo para la posteridad. Pablo que había estado aquí varias veces, la última el año pasado conmigo, me miraba y se reía de las ocurrencias que el bueno de Carmelo tenía a cada paso.
Los días siguientes fueron de preparación y aclimatación. Visitamos varios puntos como es la Aiguille du Midi o la Mer de Glace…
Y por fin llegó el momento, la cumbre del Mont Blanc nos esperaba. El día era soleado y las previsiones no eran malas lo único que podía fastidiarnos el plan era el viento que para el día siguiente lo daban entre moderado y fuerte. Después de coger el teleférico y el tren cremallera llegábamos a Nido de Águila.
Sin prisa pero sin pausa empezaba nuestro ascenso al refugio de Goûter, desde donde al día siguiente saldríamos hacia la ansiada cima. Pasamos por el Desierto de Pierre Ronde y nos dirigimos hacia la primera arista.
Enseguida llegábamos a la altura del refugio de Tête Rousse donde nos equipamos ya que la nieve había hecho acto de presencia.
Que poco imaginábamos que nuestra aventura estaba a punto de terminar y que ese refugio que ahora dejábamos atrás con la alegría de estar más cerca de nuestro objetivo, se iba a convertir en nuestra morada obligada.
Nos vamos acercando al Gran Corredor, que tenemos que atravesar, lo cruzan varias cordadas antes, también montañeros en solitario, unas veces con más rapidez y otras con menos, pero todos sabemos que éste es un punto crucial, que es uno de los pasos más peligrosos porque la caída de piedras hacen que nosotros parezcamos los bolos de una bolera, de ahí su nombre por el que se le conoce. Antes de nosotros ha pasado una cordada grande donde varios guías van con sus clientes.
Ahora nos toca a nosotros, estamos en la mitad, pero de repente Carmelo que va en segundo lugar grita ¡¡¡¡piedra!!!!! Adoptamos la mejor postura para intentar mitigar el posible impacto, pasan dos, pero la tercera lleva el nombre de Pablo escrita en sus aristas y allí va a toda velocidad, le golpea con violencia sin miramientos y escucho una frase que no se me va a olvidar nunca “estoy roto, llamad al helicóptero”.
Pero antes de nada hay que salir de allí, mi compañero se toca el muslo y cree que tiene el fémur roto. Hay sangre, pero con un coraje inusitado que solo poseen los hombres que tienen la montaña en sus venas, logra ponerse en pie como puede y a duras penas conseguimos llegar al lugar del inicio del paso del corredor. El esfuerzo ha sido máximo y Pablo nos comenta que puede perder el conocimiento.
Ahora tenemos que poner en práctica lo que hemos aprendido sobre accidentes en montaña y más vale que lo hagamos bien porque de ello depende la vida de Pablo y la nuestra. Proteger, Avisar, Socorrer (P.A.S) son las tres palabras que más sentido tienen en ese momento y así lo hacemos, en ese orden, como autómatas bien entrenados.
Nos aseguramos, nos protegemos de una posible caída de piedras, avisamos a la cordada que acaba de pasar de que tenemos un accidente y les pedimos que llamen a emergencias, de esta cordada solo obtenemos indiferencia y recuerdo que en ella iban tres guías, simplemente vergonzoso. Al final, Carmelo, el propio Pablo y ayudados de un montañero francés logran entenderse con los servicios de rescate. Yo sigo desmontando la cuerda y colocando todo lo mejor posible para facilitar las maniobras a los rescatadores. Llega el momento de atender a Pablo, nos damos cuenta que el fémur no parece roto y que la pérdida de sangre está controlada, él parece haber recuperado un poco “la presencia de espíritu”, le damos un plumas que lleva en el fondo de mochila para que no pierda calor y nos pide agua con la cual se refresca la boca. Ahora toca esperar agrupados y tranquilos a que el rescate se haga realidad.
Ya suenan las aspas, toca hacer señales, me sitúo de pie haciendo la señal de ayuda (Y). Nos han visto y empieza el descenso de los gendarmes desde el helicóptero. Cuando llegan ya se hacen cargo de la situación y le inmovilizan la pierna. En ese momento se desprende otra piedra muy grande que para a unos metros de nosotros cinco. El servicio de rescate nos pide que abandonemos el lugar. Así lo hacemos después de saber a qué hospital llevarían a nuestro compañero y de comentarle a Pablo que estuviera tranquilo que nosotros pasaríamos la noche en Tête Rousse y que al día siguiente iniciaríamos el descenso.
Nos ponemos camino al refugio pero vemos que siguen cayendo piedras en el siguiente corredor, parece que los desprendimientos nos siguen, vemos a dos personas que están andando por las alturas. ¿Tendrán algo que ver con lo que nos ha pasado?
Aproximadamente una hora y media más tarde, después de varios intentos, en el momento que la niebla da un poco de tregua, nuestro compañero es evacuado.
Nosotros ya en el refugio encontramos la solidaridad de dos compatriotas que nos animan y nos hacen pasar un rato agradable. No os podéis imaginar cómo se agradece unas palabras de aliento y compartir una cervecita en esas circunstancias. Al día siguiente salían ellos hacia la cumbre. Les deseamos mucha suerte y les dimos las gracias de todo corazón.
A última hora de la tarde conseguimos hablar con nuestro compañero, tiene el cuádriceps de la pierna derecha con tres agujeros e hinchado como una pelota de rugbi pero el hueso está bien, le damos ánimos y ahora ya solo queremos que las horas pasen rápido para reencontrarnos.
Al día siguiente estamos en el hospital a media mañana, nos fundimos en un fuerte abrazo. Ya estamos los tres juntos de nuevo. Ahora toca prepararnos poco a poco para al día siguiente retornar con nuestras familias.
Mientras que salimos de Chamonix vuelvo mi vista hacia el Mont Blanc emplazándole a vernos más adelante y quizá en ese momento tenga a bien dejarme pisar su cumbre.
Después de trece horas de coche llegamos a la casa de Pablo, nos abrazamos con su mujer y así todos juntos nos hacemos una de las mejores fotos que Carmelo hará nunca en su vida.
Este reportaje está dedicado a todas las personas que desinteresadamente nos ayudaron y solidarizaron con nosotros.
Junio 2015 Gracias
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