La idea era ascender a la mítica cumbre del Mont Blanc por la ruta de los cuatromiles, preparación en Pirineos, llegada a Chamonix, aclimatación en Gran Paradiso todo perfecto… pero por alguna razón que desconozco a veces la montaña parece decir “ahora no” y todo se puso en contra, la meteo, los refugios, los medios mecánicos para subir… no nos lo podíamos creer, no nos dejaba ni acercarnos.
Entre la desesperación, la incredulidad y la risa tonta que nos producía la situación, mi compañero dijo: ¿y Ecrins?, le miré extrañado y dejó en la mesa la revista Desnivel de este mes de junio, donde en su portada se podía leer “Ecrins, los Alpes humanos y salvajes”
No nos lo pensamos, por la noche recogíamos todo, y a la mañana siguiente nos poníamos en marcha. Abandonábamos Chamonix con una sensación rara, pero ilusionados con el nuevo reto que nos surgía.
Tras varias horas de coche llegamos a Ailefroide, aparcamos en Pré de Madame Carle y sin tiempo para descansar ya estábamos en marcha hacia el refugio de Ecrins, nos quedaban cuatro horas de caminata y 1.300 metros de desnivel. Salíamos a las cuatro de la tarde, y dos horas después, un poco más allá del refugio del Glaciar Blanco, nos metíamos encordados en el glaciar.
No se pueden describir con palabras las sensaciones que nos invadían, la montaña y nosotros en estado puro. Ya divisábamos nuestros objetivos de mañana: Barre des Ecrins 4.102 m y Dome de Neige 4.015 m y también el objetivo de hoy el refugio de Ecrins 3.170 m.
Antes de lo que hubiésemos deseado ya nos despertaban, eran las tres de la mañana, y ya estábamos desayunando, organizando las mochilas y preparándonos para salir.
En la noche todas las cordadas, iluminadas solo por los frontales, daban un aspecto mágico, casi fantasmal, envueltas en un silencio ensordecedor, solo roto por el sonido de las botas entrando en la nieve de una forma acompasada, orquestal.
Poco a poco el sol se va abriendo paso, y mientras que ascendemos nos damos cuenta, de lo pequeños y frágiles que somos, que formamos parte de un todo en un equilibrio muy precario, es en ese momento, siendo consciente de ello, cuando te sientes libre, humano, etéreo.
Después de seracs, grietas y paredes de hielo estamos en la Brecha Lory a 3.974 m, aquí después de una larga reflexión, y teniendo en cuenta lo complicada que estaba la cresta no solo para subir, si no para bajar también, tomamos la decisión de no atacar Barre y conformarnos solo con Dome de Neige, decisión que después vemos que toman todas las cordadas, algunas de ellas no sin intentarlo.
Llegamos a la cumbre, exultantes, contentos y dando gracias a los dioses de las montañas que esta vez han sido benévolos y nos han dejado entrar en su morada.
El descenso lo realizamos satisfechos, entre risas y bromas pero sin perder la concentración.
Ya en el glaciar, de camino hacia el coche, miro hacia atrás, es un segundo, solo uno, pero me parece ver a viejos alpinistas que con sus antiguos artilugios de escalada se despiden de nosotros. Respiro hondo y continuo andando con una sonrisa y pensando que tal vez no fue un cumulo de casualidades lo que nos impidió subir al Mont Blanc.
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