Se sitúa en la ladera del Monte Irago en plena ruta jacobea y muy cerca de la Cruz de Ferro. Lo primero de lo que se tiene constancia de Foncebadón es del Concilio del Monte Irago, en el cual se reunieron todos los obispos del Reino de León a instancias del rey Ramiro II y en el que se trató de las medidas a tomar para intentar paliar los incesantes desmanes que los bandidos, al abrigo de la orografía y el clima de la zona, por aquí pertrechaban. Aparece citado en documentos del siglo XI en relación con ventas y donaciones efectuadas en el pueblo. Así mismo en el siglo XI el ermitaño Gaucelmo funda una hospedería y una iglesia, años más tarde se convertiría en monasterio, en reconocimiento a esta obra, en la que primaba la atención y protección a peregrinos y viajeros, el rey Alfonso VI concedió a Foncebadón en el año 1103 el privilegio de no pagar impuestos a perpetuidad, privilegio que fue ratificado por reyes posteriores.
En un documento del siglo XVIII se cita a Foncebadón como tierra maragata y esto es con cierto criterio pues se sabe de escritos arrieros del pueblo en los años 1664, 1716 y 1723. Foncebadón fue arrasado en su totalidad en la Guerra de la Independencia, luego se reconstruyó desplazándolo un poco hacia el Este, según parece por los restos de una espadaña de la torre de su antigua iglesia. El pueblo hoy en día forma parte del ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza.
Al entrar en la larga calle de Foncebadón un viejo crucero da la bienvenida al visitante, recorriéndola salen al encuentro una palloza, algunas casas en ruinas y otras que se van rehabilitando y que quieren recuperar el espíritu del pueblo. A un lado, y siempre ascendiendo en dirección al puerto de Foncebadón, se encuentra la iglesia que está dedicada a la patrona del pueblo Santa María Magdalena y que luce coqueta su recién restaurada espadaña. A la salida del pueblo todavía se pueden ver las ruinas de lo que fue el monasterio de Foncebadón, en el que se desarrolló el concilio. El entorno de Foncebadón invita a pasear entre bosques de pinos y abetos y a descubrir bucólicos lugares, como la cascada de Fervencia o la fuente de las Brujas.
A penas a dos kilómetros de distancia en la cima del puerto, que es uno de los más altos de los Montes de León, la vista se inunda de paisajes de gran belleza, además de poder jugar a descubrir cuáles son las montañas que desde allí se ven. Y coronándolo la emblemática Cruz de Ferro, encima de un montículo de guijarros que puede ser que sea de origen celta, pues de esta época era costumbre hacer montañitas de piedras en los puntos más elevados y simbólicos de los caminos y que se les llamaba Montes de Mercurio en honor del dios Mercurio. Otros dicen que su origen se debe a los romanos y los hitos que utilizaban para marcar límites territoriales, pero fuera cual fuese su verdadero origen esta costumbre la cristianizo el ermitaño fundador de la abadía de Foncebadón, Gaucelmo cuando en la cima del montículo colocó una cruz a principios del siglo XI. Esta cruz original se encuentra en el Museo de los Caminos de Astorga. La tradición celta de dejar la piedrecita la continuaron los arrieros maragatos en sus desplazamientos desde la costa hasta la meseta. En el último cuarto del siglo XX al lado de la Cruz se construyó una ermita dedicada a Santiago Apóstol.
Foncebadón festeja a su patrona Santa María Magdalena el 23 de julio y el 25 de julio la fiesta se traslada hasta la Cruz de Ferro para hacer los honores a Santiago Apóstol.
Según cuenta la tradición y algún documento, los vecinos de Foncebadón quedaban libres de impuestos si colocaban ochocientas estacas para indicar el camino a los viajeros.
No hace mucho y coincidiendo con el Año Jacobeo, el Obispado de Astorga decidió retirar las campanas de la iglesia de Foncebadón y trasladarlas al Museo de los Caminos. El día señalado para ello, María, una señora montañesa de avanzada edad y solitaria vecina de Foncebadón, recibió a las personas encargadas de llevar a cabo tal cometido encaramada en lo alto del campanario y blandiendo un palo a la vez que gritaba que dejaran en paz al pueblo y que esas campanas se quedaban allí pues las necesitaba para avisar a la gente de los pueblos cercanos si un día se declaraba un incendio en el suyo, o para guiar a los peregrinos en caso de niebla. Fue tal la sorpresa que se llevó esta gente con la actitud de María, desafiante y protectora a ultranza de las campanas, que al final se marcharon sin ellas mientras que la mujer les gritaba que antes de que se las llevaran aquellas campanas tenían que tocar primero a muerto por ella.
Se cuenta que las mozas del lugar acudían a rezar ante la Cruz de Ferro para no perder la virginidad antes de casarse. Esta tradición la dejó plasmada Alonso del Castillo Solórzano en una escena de su novela picaresca del año 1632, "La niña de los embustes". En ella relata como una bella joven fue burlada bajo falsas promesas por un criado de un canónigo que tras conseguir calmar sus ansias se fue en busca de nuevas aventuras. La moza entonces fue hasta la Cruz de Ferro y postrándose ante ella rogó, imploró y lloró tanto que sus lágrimas oxidaron la base de la cruz.
Hasta Foncebadón llegamos siguiendo la carretera LE-142 que une Astorga y Ponferrada pasando por, entre otros lugares vinculados al Camino de Santiago, Rabanal del Camino, la Cruz de Ferro o El Acebo de San Miguel.
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