Como se conoce al Real Monasterio de San Julián, se encuentra en un estrecho valle flanqueado de montañas, junto al río Sarria, llamado también río Oribio, y al norte del pueblo de su mismo nombre. La Abadía de Samos tiene su origen en la época visigoda. Se atribuye su fundación a San Martín Dumiense en el siglo VI, pero el primer escrito sobre su existencia es una inscripción encontrada en el siglo XIII que cuenta como el obispo de Lugo manda restaurar el antiguo monasterio en el siglo VII. En el siglo VIII, durante la dominación musulmana, fue abandonado por los monjes durante un corto espacio de tiempo, ya que el rey Fruela, en el mismo siglo, lo restauró y volvió a ser un cenobio. Aquí pasó su infancia y recibió educación Alfonso II el Casto antes de ser coronado rey de Galicia. Años más tarde Ramiro I lo repobló con monjes huidos de Andalucía, y nuevamente importantes donaciones reales le hacen ganar importancia.
A comienzos del siglo X, el obispo Ero de Lugo deja reducido el cenobio en simple parroquia, pero Ordoño II consigue que resurja con la colaboración de nuevos monjes benedictinos y así esta comunidad religiosa vive bajo la Orden de San Benito desde ese siglo, luego en el siglo XII se suman a la reforma de Cluny. En el siglo XVI el monasterio se acoge a la reforma que impulsaron los Reyes Católicos en los monasterios benedictinos, y el de Samos nota enseguida un gran cambio con un resurgir económico y monacal. En los siglos siguientes, XVII y XVIII, alcanza su mayor importancia histórica y la comunidad afronta una gran actividad constructora. Es en esta época que, reyes, nobles y obispos se acogen a la hospitalidad del monasterio, entre ellos sobresale el padre Benito Jerónimo Feijóo, famoso por sus ensayos y precursor de la Ilustración española. Durante la Guerra de la Independencia la Abadía de Samos se convirtió en hospital de guerra. Y la Desamortización de Mendizábal hizo que los monjes abandonaran su milenaria morada, volviendo a ella en 1.880, y tras una dura lucha diaria, la restauraron. En la actualidad han sabido adaptarse a las demandas de la sociedad habilitando una hospedería y un colegio menor a la vez que continúan con su vida monástica.
La Abadía de Samos acoge hermosas creaciones artísticas, fruto muchas de ellas del trabajo de las sucesivas generaciones de monjes que en este monasterio, de más de 1.500 años, han vivido. Lo primero que el visitante admira cuando se acerca es la grandiosidad del edifico, y buscando la puerta de acceso a la iglesia, construida en el siglo XVIII pero con arquitectura neoclásica y que guarda una preciosa colección de retablos de diferentes estilos, renacentista, barroco y clasicista y un grandioso órgano que inunda el templo con su majestuoso sonido, se encuentra con la barroca fachada de ésta, curiosamente carente de torres laterales pero no por ello sin carácter y belleza, a lo que se suma su escalera de acceso que recuerda a la del Obradoiro de la Catedral de Santiago. En el interior de la Abadía de Samos destacan dos claustros bien diferentes, el pequeño o Claustro de las Nereidas fue construido en el siglo XVI, es de estilo gótico y tardo en construirse veinte años, en torno a él giraba la vida de la abadía. En su centro se yergue un hermosa fuente barroca, cuyas Nereidas, figuras mitológicas, dan nombre al claustro. Esta fuente es obra de fray Xoán que trabajó en ella desde 1.713 a 1.717. En un ángulo del claustro hay una portada románica del siglo XIII, que formó parte del antiguo cenobio. Alrededor del patio se abren las estancias de la cocina, el refectorio y la biblioteca. El claustro grande o del padre Feijóo, es de estilo clasicista de finales del siglo XVII, con sus 54 metros y medio de lado, es considerado uno de los más grandes de España. En el centro, una estatua del monje del que recibe su nombre. En la primera planta del claustro unas curiosas pinturas murales sobre la vida de San Benito la llenan de color, a parte del gran matiz artístico que tienen, sus figuras impresionan porque a medida que el visitante va cambiando de perspectiva y recorriendo el pasillo da la sensación que le siguen a uno con la mirada. Estos dos claustros están unidos entre sí por unos achatados torreones.
También destaca la sacristía del templo, que es clasicista del siglo XVIII, su planta octogonal está coronada por una cúpula y sus bellos muebles neoclásicos rodean una mesa barroca policromada situada en el centro de la estancia. Si se recorre el perímetro de la Abadía de Samos, cosa que invita a ello el bonito paseo que discurre al otro lado del río, se puede ver como se abastecía de agua el monasterio a través de un acueducto, que reconstruido según las pautas dadas por la Dirección General de Patrimonio en el año 2.004, llevaba el agua desde un manantial cercano hasta él. Agua que después de ser utilizada en el día a día de los monjes, se devolvía al río por salidas hoy ciegas.
Hasta la actualidad ha llegado la fama de la calidad y las propiedades curativas de los licores y aguardientes destilados por los monjes de la Abadía de Samos, pero también adquirieron renombre entre los peregrinos y las gentes del lugar como boticarios, cuyas fórmulas magistrales estaban íntimamente relacionadas con el conocimiento de las plantas. Algunas de ellas se cultivaban en el propio jardín de la botica del monasterio y precisaban de cuidados especiales pues llegaban de muy lejos. Los votos de los monjes les permitían ser boticarios pero no médicos.
En la Abadía de Samos, en el siglo XVIII, los peregrinos que llegaban hasta aquí podían comer en el refectorio del monasterio, durante tres días, la misma comida y cantidad que tomaban los monjes y luego se podían alojar en una casa que los monjes tenían habilitada para ello en el pueblo. Pero si los peregrinos eran sacerdotes o personas con alguna relevancia social el alojamiento se les ofrecía dentro de las dependencias del monasterio. El monasterio, además de tener hospital de peregrinos, con el paso del tiempo, se convirtió en lugar de entierro de los caminantes que fallecían en el Camino a su paso por tierras lucenses.
Cuenta la leyenda que un día, un piadoso abad del monasterio pensando en la tranquilidad anímica y espiritual de sus monjes mandó que desmontaran la fuente que adornaba el claustro de las Nereidas, pues consideró que la visión de estos seres mitológicos podía perturbarla. Entonces los monjes comenzaron a desmontarla con intención de trasladarla pieza a pieza, pero pronto se dieron cuenta que las piedras cada vez pesaban más y llego un momento que no las podían mover ni con grúa. Desistiendo de su intento se decidió, con gran tino, que la preciosa fuente permaneciese donde siempre había estado.
A Samos se llega por la carretera LU-633 que une Pedrafita do Cebreiro, en plena A-6, con Sarria, siguiendo en parte el trazado del Camino de Santiago. También la LU-P-5601 y 5602 se encargan de comunicar Samos con las localidades vecinas. Samos cuenta con servicio de autobús que de lunes a sábado lo conectan con Piedrafita do Cebreiro, Sarria y Lugo. Las estaciones, de autobús y de tren, más cercanas están en Sarria.
La Abadía de Samos la encontraremos en pleno trazado de la LU-633 a su paso por la localidad, más concretamente a la entrada de ésta según llega desde O Cebreiro, pasando por Triacastela. En torno al monasterio podremos encontrar los espacios habiltados para poder dejar nuestro vehículo.
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